martes, 5 de junio de 2012

Rompiendo el techo de cristal

“Más mujeres eligen trabajar, pero la igualdad de género en el trabajo aún está muy lejos. A pesar de algunas señales de progreso en términos de igualdad de género durante los últimos 15 años, todavía existe una gran brecha entre hombres y mujeres con respecto a oportunidades de trabajo y calidad del empleo, según un nuevo informe de la Oficina Internacional del Trabajo”.

Actualmente, pese a que las leyes de nuestro ordenamiento jurídico abogan por una situación laboral igualitaria entre el hombre y la mujer, se observa como todavía persisten desigualdades en términos de acceso al mercado laboral, en el ejercicio de derechos y en el disfrute de ciertos beneficios.

Pese a que no existen normas discriminatorias visibles, la mujer no puede progresar laboralmente al encontrarse con desigualdades. Este fenómeno conocido como “techo de cristal” está conformado por sutiles limitaciones nacidas de la perpetuación de los roles tradicionales, las cuales afloran en múltiples aspectos cotidianos reflejando las pautas machistas de la sociedad.


En primer lugar, a la mujer se le asocian ciertas responsabilidades u obligaciones relacionadas con el cuidado del hogar y la familia de las que ella debe hacerse cargo. Aunque con el paso del tiempo, la incorporación de mujeres al mundo laboral es cada vez mayor, no se ha producido un reparto equitativo de dichas responsabilidades, por lo que además de trabajar como asalariada o autónoma, la mujer dedica un mayor número de horas al trabajo doméstico y al cuidado de la familia, ya sean niños o ancianos.

Esto supone que si decide hacerse cargo de las actividades domésticas, debe dedicarle un tiempo que podría emplear en progresar laboralmente, sobre todo en determinados oficios que por su propia naturaleza son muy competitivos y exigen una dedicación activa de sus trabajadores. Pero cuando la mujer decide anteponer el éxito profesional a la vida familiar, debe enfrentarse a los prejuicios machistas que aún perviven en la sociedad, que la acusan de desatender “sus” obligaciones. Este último aspecto puede generar en ella culpabilidad, dificultad en la que el hombre nunca se ha visto para progresar en su trabajo.


En segundo lugar, la capacidad de concebir de la que goza la mujer ha acabado viéndose como una lacra en el ámbito laboral, considerándose un factor de exclusión en procesos de selección y llegándose a utilizar el embarazo como medio encubierto de despido. Este hecho ha tenido efectos demográficos en las sociedades avanzadas, reduciéndose a niveles alarmantes las tasas de natalidad, con el consiguiente envejecimiento poblacional.


No obstante, se están produciendo cambios a mejor de forma progresiva, pero estos son tan lentos que pasan desapercibidos prácticamente, llevando a algunos a pensar que ni siquiera se están dando. En las últimas décadas, ha avanzado considerablemente la incorporación de un mayor número de mujeres tanto al mundo como a la educación superior. Se debe seguir luchando, pues todavía queda mucho camino por recorrer.


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