Actualmente,
pese a que las leyes de nuestro ordenamiento jurídico abogan por una situación laboral
igualitaria entre el hombre y la mujer, se observa como todavía persisten
desigualdades en términos de acceso al mercado laboral, en el ejercicio de
derechos y en el disfrute de ciertos beneficios.
Pese
a que no existen normas discriminatorias visibles, la mujer no puede progresar
laboralmente al encontrarse con desigualdades. Este fenómeno conocido como “techo
de cristal” está conformado por sutiles limitaciones nacidas de la perpetuación
de los roles tradicionales, las cuales afloran en múltiples aspectos cotidianos
reflejando las pautas machistas de la sociedad.
En
primer lugar, a la mujer se le asocian ciertas responsabilidades u obligaciones
relacionadas con el cuidado del hogar y la familia de las que ella debe hacerse
cargo. Aunque con el paso del tiempo, la incorporación de mujeres al mundo
laboral es cada vez mayor, no se ha producido un reparto equitativo de dichas responsabilidades,
por lo que además de trabajar como asalariada o autónoma, la mujer dedica un
mayor número de horas al trabajo doméstico y al cuidado de la familia, ya sean
niños o ancianos.
Esto
supone que si decide hacerse cargo de las actividades domésticas, debe
dedicarle un tiempo que podría emplear en progresar laboralmente, sobre todo en
determinados oficios que por su propia naturaleza son muy competitivos y exigen
una dedicación activa de sus trabajadores. Pero cuando la mujer decide
anteponer el éxito profesional a la vida familiar, debe enfrentarse a los
prejuicios machistas que aún perviven en la sociedad, que la acusan de
desatender “sus” obligaciones. Este último aspecto puede generar en ella
culpabilidad, dificultad en la que el hombre nunca se ha visto para progresar
en su trabajo.
En
segundo lugar, la capacidad de concebir de la que goza la mujer ha acabado
viéndose como una lacra en el ámbito laboral, considerándose un factor de
exclusión en procesos de selección y llegándose a utilizar el embarazo como
medio encubierto de despido. Este hecho ha tenido efectos demográficos en las
sociedades avanzadas, reduciéndose a niveles alarmantes las tasas de natalidad,
con el consiguiente envejecimiento poblacional.
No
obstante, se están produciendo cambios a mejor de forma progresiva, pero estos
son tan lentos que pasan desapercibidos prácticamente, llevando a algunos a
pensar que ni siquiera se están dando. En las últimas décadas, ha avanzado
considerablemente la incorporación de un mayor número de mujeres tanto al mundo
como a la educación superior. Se debe seguir luchando, pues todavía queda mucho
camino por recorrer.
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