La cultura de una empresa es el conjunto de valores,
creencias, normas, pautas de comportamiento, etc., compartidos por los miembros de una organización,
la cual distingue a esta de otras empresas. El empresario debe fomentar dicha
cultura para que sea asumida por sus trabajadores, lo cual facilita que los
objetivos organizacionales se integren en los objetivos individuales de sus
trabajadores. Para logarlo, el empresario debe fomentar una adecuada
comunicación.
Esa sería la teoría. En la práctica, no muchos
empresarios se centran en este tipo de actividades. No podemos decir lo mismo
de las empresarias. Las mujeres empresarias se caracterizan por centrar la
cultura de su empresa en la existencia de valores compartidos y en el sentido
de pertenencia y compromiso, más que en un sistema de reglas claras y
estrictas. Además, la escucha activa es un “talento” que se le atribuye más a
la mujer que al hombre, lo cual es favorable para estimular el flujo de
comunicación. Dicha postura resulta muy inteligente porque favorece
el proceso de socialización de los trabajadores dentro de la empresa, haciendo
que estos se sientan cómodos en su entorno e incrementando así la
productividad.
La clave de éxito en estos tiempos de crisis consiste
en crear empresas menos jerárquicas, haciendo hincapié en la horizontalidad. Las
mujeres empresarias se autolimitan en ciertos sentidos, pues se esfuerzan más
consolidar los cimientos de sus empresas, son más modestas y menos ambiciosas que
los hombres, aspectos que les han ayudado a aguantar mejor la crisis.
Cuando las mujeres crean empresas, se aseguran de que
las pueden controlar, de forma que estas les ofrezcan la
flexibilidad que necesitan para compatibilizar su vida laboral y su vida
familiar, pues son muchas las mujeres que quieren ser madres o dedicarle tiempo
a la familia, y sin embargo, acaban siendo esclavas de su horario laboral o
familiar, o sencillamente, no acceden a la maternidad.
Dentro de las mujeres emprendedoras hay un mayor porcentaje
de universitarias, lo cual se suma al mayor porcentaje de mujeres frente a
hombres que se preocupan por aumentar su formación reglada y no reglada. También
destacan por su interés en las nuevas prácticas de organización del trabajo en
red. En las empresas femeninas, la supervisión por objetivos, el trabajo en
equipo y el fomento de la autonomía del trabajador se dan en ratios más altos
que en las empresas lideradas por hombres.
Las
graves barreras en el ambiente empresarial en general constituyen un mayor
desincentivo para las mujeres que para los hombres. Así como las normas
sociales y las actitudes negativas con respecto a las mujeres trabajadoras,
desalientan aún más la iniciativa empresarial de las mujeres. Debemos superar
esos prejuicios no solo como un beneficio para nuestra sociedad, sino también para
nuestra economía, puesto que permitir la mayor participación de la mujer en el
mercado laboral puede ser una bocanada de aire fresco dentro de la atmósfera de
aire viciado en la que nos encontramos ahora.
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