La
información que nos transmite esta noticia no debería sorprendernos en absoluto.
Por desgracia, estamos acostumbrados a que todo tipo de medios de comunicación
nos bombardeen con noticias en las que la violencia contra la mujer hace de
protagonista. Al año, en nuestro país se producen cientos de casos como estos,
pero a través de los medios solo podemos conocer los casos más graves, en los
que las víctimas son asesinadas o brutalmente agredidas. Sería como ver tan
solo la punta de un iceberg.
Para
que se llegue a perpetrar el maltrato físico, por lo general, previamente se
han producido una serie de maltratos psicológicos (destinados a controlar, restringir
y aislar a la víctima, además de mermar su confianza en sí misma) y emocionales
(destinados a generar intencionadamente ansiedad, temor o miedo a la víctima
por medio de amenazas o actos violentos hacia ella o su entorno). Estos actos no
son tan evidentes en apariencia. Las víctimas han sido desmoralizadas y
alienadas a tal nivel, que no se atreven a denunciar (incluso tras las
agresiones físicas). Por lo general, hasta que no se producen dichas agresiones,
no se aprecia a vislumbrar el continuo maltrato que venían sufriendo
anteriormente.
Este
tipo de actos nacen ante la necesidad del agresor de dominar a la víctima, en
un intento de subyugar a la mujer a su posición histórica dentro del modelo de
familia patriarcal, recuperando así el poder sobre ella.
Desde
siempre, la sociedad y la religión han justificado y apoyado dicho modelo en el
que la mujer quedaba relegada a una función reproductora y de labores
domésticas, excluyéndola de todos los ámbitos sociales y culturales. E incluso,
a pesar de comenzar su emancipación a partir del siglo XIX, se ha tratado
de mantener las desigualdades tradicionales. Hoy día, en países en los que la
igualdad de género está, por norma, socialmente aceptada, resulta muy difícil tratar
de erradicar dichos comportamientos de violencia contra la mujer.
Esta
deplorable tradición que menoscaba la imagen de la mujer, perpetuando los estereotipos machistas; es la causante de que
aún existan individuos con una mentalidad retrógrada, que inseguros de su poder
y responsabilidades ante los cambios de los roles sociales en la pareja; caen
en los comportamientos ya citados, incapaces de aceptar la recientemente adquirida
independencia de la mujer.
Sin
embargo, debemos incidir de nuevo en la vulnerabilidad de las víctimas y en la
necesidad de proporcionarles todo el apoyo y la ayuda necesarias, pues tristemente,
sufren una doble agresión: una por parte de su agresor y otra por parte de su
familia y comunidad, que estigmatiza a la víctima, pues la culpabiliza de
actitudes imprudentes o de haber inducido al agresor a perpetrar los hechos.
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