“Jamie
Rodemeyer, de 14 años, desde hace meses, narraba el acoso diario que sufría en
la escuela y las redes sociales por ser gay en sus cuentas de Twitter y
Facebook. Incluso filmó un vídeo que subió posteriormente a YouTube en el que
expresaba su optimismo ante la idea de que las burlas cesaran o de que pudiera
sobreponerse a ellas. El 18 de septiembre de 2011 se quitó la vida tras dejarle
un mensaje en Facebook a Lady Gaga, de quien era fan”.
Este es uno de los muchos factores
etiológicos que se dan entre adolescentes que se plantean ideas suicidas. La definición de suicidio es, según
la Real Academia Española, la acción y efecto de quitarse voluntariamente la
vida. Sin embargo, el suicidio y la tentativa de suicidio, son las dos formas
más representativas de esta conducta, pero no las únicas.
Las tendencias suicidas puede
manifestarse de formas conscientes e inconscientes.
El suicidio consciente es aquel que se
lleva acabo mediante autolesiones y actividades muy peligrosas que suelen
conducir a un desenlace fatal. En el que la intención de morir no es
consciente, la víctima se autodestruye lentamente sin darse cuenta. Es el caso
de las personas que padecen una enfermedad provocada por estados emocionales
que afectan la salud física o el caso de las personas que consumen substancias
dañinas para la salud como drogas, alcohol y tabaco.
Durante la adolescencia, etapa de desarrollo por la que atraviesa todo individuo, se presentan en los jóvenes cambios difíciles que les
producen ansiedad y depresión hasta llegar, en muchas ocasiones, a una tentativa
de suicidio. Este intento plantea el problema de la depresión como
vivencia existencial y como una verdadera crisis de la adolescencia.
Este es un tema que suele callarse y
evadirse pues impacta y cuestiona el sistema familiar y social en que vivimos. En nuestra sociedad, está
generalmente extendida la creencia de que la vida es un don que se nos ha
concedido y por tanto, el hombre es solo un administrador de su existencia, no
su legítimo dueño, por lo que no puede ponerle fin a su antojo. No obstante, si
se mira la historia, encontramos una doble valoración del suicidio, considerándolo
como algo moralmente ilícito o como un punto de vista objetivo.
Todos los individuos pertenecientes a
una sociedad están condicionados de una forma u otra por esta, ya que nuestros
actos individuales repercuten sobre los demás, por lo que no pueden ejercer su
libertad individual en el sentido más amplio de la palabra. Tal y como decía
Jean Paul Sartre: “mi libertad termina donde empieza la de los demás”.
En resumen, podríamos decir que
aunque seamos dueños de nuestra persona y por consiguiente, de nuestra vida, el
hecho de acabar con ella no es un acto que nos repercuta a nosotros mismos
únicamente; factor que debemos tener en cuenta, pues se trata de una decisión
que no tiene segundas oportunidades.
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