lunes, 2 de abril de 2012

El suicidio en la adolescencia

Jamie Rodemeyer, de 14 años, desde hace meses, narraba el acoso diario que sufría en la escuela y las redes sociales por ser gay en sus cuentas de Twitter y Facebook. Incluso filmó un vídeo que subió posteriormente a YouTube en el que expresaba su optimismo ante la idea de que las burlas cesaran o de que pudiera sobreponerse a ellas. El 18 de septiembre de 2011 se quitó la vida tras dejarle un mensaje en Facebook a Lady Gaga, de quien era fan.


Este es uno de los muchos factores etiológicos que se dan entre adolescentes que se plantean ideas suicidas. La definición de suicidio es, según la Real Academia Española, la acción y efecto de quitarse voluntariamente la vida. Sin embargo, el suicidio y la tentativa de suicidio, son las dos formas más representativas de esta conducta, pero no las únicas.

Las tendencias suicidas puede manifestarse de formas conscientes e inconscientes.
El suicidio consciente es aquel que se lleva acabo mediante autolesiones y actividades muy peligrosas que suelen conducir a un desenlace fatal. En el que la intención de morir no es consciente, la víctima se autodestruye lentamente sin darse cuenta. Es el caso de las personas que padecen una enfermedad provocada por estados emocionales que afectan la salud física o el caso de las personas que consumen substancias dañinas para la salud como drogas, alcohol y tabaco.

Durante la adolescencia, etapa de desarrollo por la que atraviesa todo individuo, se presentan en los jóvenes cambios difíciles que les producen ansiedad y depresión hasta llegar, en muchas ocasiones, a una tentativa de suicidio. Este intento plantea el problema de la depresión como vivencia existencial y como una verdadera crisis de la adolescencia.


Este es un tema que suele callarse y evadirse pues impacta y cuestiona el sistema familiar y social en que vivimos. En nuestra sociedad, está generalmente extendida la creencia de que la vida es un don que se nos ha concedido y por tanto, el hombre es solo un administrador de su existencia, no su legítimo dueño, por lo que no puede ponerle fin a su antojo. No obstante, si se mira la historia, encontramos una doble valoración del suicidio, considerándolo como algo moralmente ilícito o como un punto de vista objetivo.

Todos los individuos pertenecientes a una sociedad están condicionados de una forma u otra por esta, ya que nuestros actos individuales repercuten sobre los demás, por lo que no pueden ejercer su libertad individual en el sentido más amplio de la palabra. Tal y como decía Jean Paul Sartre: “mi libertad termina donde empieza la de los demás”.

En resumen, podríamos decir que aunque seamos dueños de nuestra persona y por consiguiente, de nuestra vida, el hecho de acabar con ella no es un acto que nos repercuta a nosotros mismos únicamente; factor que debemos tener en cuenta, pues se trata de una decisión que no tiene segundas oportunidades.




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